
Jean de La Fontaine (1621 – 1695) fue un reconocido poeta francés cuya fama se debe a sus doce libros de Fábulas, consideradas modelo del género.Jean de la Fontaine
Fue capaz de descubrir el fondo de las almas con una delicadeza maliciosa y un seguro sentido de la comicidad. La Fontaine no se concede el derecho de predicar los grandes sentimientos, sólo se limita a dar algunos consejos para hacer al hombre más razonable y feliz.
Sus Cuentos (1665) están inspirados en el Decamerón de Giovanni Boccaccio (1313 – 1375) , el Heptamerón de Margarita de Navarra (1492 – 1549), y Los cien nuevos cuentos supuestamente escritos por Antoine de La Salle (circa 1385 – circa 1460), pero La Fontaine introdujo numerosas variaciones en estas historias, con una prosa y un ingenio únicos. Obtuvo un rápido éxito, en parte por el escándalo generado por el carácter licencioso de los Cuentos, que muy pronto fueron censurados y cuya difusión se prohibió. También escribió poemas, libretos de ópera y obras de teatro. Entre éstas destacan el relato romántico en verso y prosa Los amores de Psique y Cupido
Las Fábulas
Todavía mayor fama obtuvo, sin embargo, con sus Fábulas, conjunto de narraciones en verso protagonizadas por animales que actúan como seres racionales, y cuyo objetivo es ofrecer una enseñanza moral. Inspiradas en las fábulas clásicas y dotadas de un agudo sentido del humor, fueron agrupadas en doce libros y publicadas entre 1668 y 1694. Las Fábulas constituyen deliciosas comedias y dramas en miniatura, con personajes excelentemente caracterizados, escritas en un lenguaje de gran naturalidad y fluidez expresiva; a través de ellas legó a la posteridad una visión irónica y un tanto escéptica de la sociedad.
Su título exacto, Fábulas escogidas y puestas en verso, declara ya el intento del autor: dar forma poética a las mejores composiciones de los maestros antiguos (el griego Esopo —siglo VI adC— y el latino Fedro —15 adC – 55 ddC—) y de otros autores modernos. Al comienzo de la obra, La Fontaine traza una biografía un tanto fantástica del inventor del género, Esopo.
El fin de la fábula siempre es el de instruir: el autor lo recuerda a menudo, afirmando a la vez su voluntad artística, al declarar que abre un nuevo camino, el de la fábula poética. La fábula, que para los humanistas italianos (Bevilacqua, Faerno) y para los franceses del siglo XVI (Guillaume Haudent —m. circa 1558— , Guillaume Guéroult —1507-1569—) era un género inferior, con La Fontaine alcanza la grandeza de los antiguos, con un más acusado carácter artístico, abandonando la excesiva brevedad de Fedro. Dejándose llevar por su gusto por la narración, La Fontaine aúna en sus fábulas este amor al relato con la seriedad moral y con la infinita variedad de motivos.
En general, la suya es una moral de la experiencia, llevada con la serena aceptación de una realidad en la que domina el mal, y que impone la prudencia y la astucia, sin excluir el amor y la piedad. Los animales aparecen tal como los ha fijado la tradición fabulista: no siempre verdaderos según la ciencia, pero siempre vivos.
La fábula alcanza amplitud de sátira política, denuncia el egoísmo hipócrita, pronuncia palabras de alta sabiduría o se convierte en tierna elegía. En ellas aparece un pensamiento más maduro, una intransigencia más viva ante los vicios del hombre, un reconocimiento más elevado de los mejores bienes (la amistad, el sentido humanitario), y una más decidida entrega a lo lírico y lo fantástico.
Las 243 fábulas que nos ha dejado son obras maestras. Hay quien opina que La Fontaine no es más que un copista que no ha inventado nada, pero bien es cierto que sin su contribución los nombres de Esopo o de Fedro —entre otros— no tendrían el predicamento que ostentan en la actualidad. La Fontaine ha ciertamente acudido a los clásicos de la antigüedad para inspirarse en ellos, pero los ha mejorado considerablemente, escribiéndolos en una lengua francesa difícilmente superable en su dulzura. ¡Nada menos que 12.000 versos sólo para las fábulas!
La última colección de fábulas apareció en 1694, y en ese año, el envejecimiento y el poeta cansado escribió a su mejor amigo, François de Maucroix (1619 – 1708) , «me moriría de aburrimiento si no pudiera seguir escribiendo.» Permaneciendo lúcido y activo casi hasta el final, La Fontaine murió el 13 de abril de 1695 en París.
La mosca y la hormiga (La fábula original de Esopo)
«Disputaban una mosca y una hormiga sobre cual de ellas era mejor. Comenzó la mosca primero a discurrir de esta manera:
La mosca y la hormiga—Tú no te puedes igualar conmigo, porque te llevo en todas las cosas: donde que hay una rica vianda, yo la pruebo antes que nadie. Y me poso sobre la cabeza del rey si quiero. Y puedo besar a las damas dulcemente cuando me place. Todo eso está fuera de tu alcance.
Respondióle la hormiga:
Tú alabas tu importunidad y poca vergüenza. ¿Por ventura desean para ti alguna de esas cosas que dices? No: es cierto que llegas a los reyes y a las personas principales, pero resulta su presencia enojosa siempre, y no tardan en echarte. Por otro lado, sólo vives durante el estío y, en viniendo el frío y la helada te desmayas y mueres, lo que no pasa conmigo. Yo siempre me conservo bien y vivo segura, mientras a ti en todas partes te ahuyentan y te matan.
Moraleja: Quien a sí mismo se alaba y se dedica a vituperar a los otros, sufre duras y justas reprensiones.»
La mosca y la hormiga (La versión de La Fontaine)
«La mosca y la hormiga discutían sobre sus méritos.
¡Oh, Júpiter, decía la mosca,
Cómo el amor propio enceguece la mente
De terrible manera,
Que hasta un vil y rampante animal
De la hija del aire pretende ser la igual!
Yo entro en los palacios, a tu mesa me siento,
Si te inmolan un buey lo pruebo en tu presencia,
En tanto que esta otra, débil y miserable,
Del palito que arrastra come tres días enteros,
Pero, querida mía, decidme, ¿acaso
Os paráis en la cabeza de los reyes,
De los emperadores, de las bellas mujeres?
La piel blanca yo adorno
Y el último detalle que pone a su hermosura
Una beldad conquistadora
Es un toque que de las moscas viene.
¡Acabad pues de aturdirme los oídos
Con vuestros graneros! — ¿Habéis ya dicho todo?
Le respondió la hacendosa.
Frecuentáis los palacios, pero allí se os maldice, y por lo que respecta
A ser en probar la primera
Aquello que se sirve en la mesa divina,
¿pensáis que tiene, acaso, por eso más valor?
Si entráis por todas partes, también los importunos.
En la cabeza de los reyes y también de los asnos
Os paráis. No lo niego,
Y yo sé que a menudo
Una temprana muerte es el justo castigo.
Cierto detalle, decís, vuelve hermosa.
De acuerdo: como vos ese detalle es negro y como yo.
Admito que como vos se llama. ¿Es una razón, acaso,
Para pregonar tan alto vuestros méritos?
¿No se llaman, también, los parásitos moscas?
Terminad, pues, con tan vano lenguaje,
Abandonad tan altos pensamientos.
A las moscas como vos de la Corte se las echa,
A los moscardones se los cuelga, y vos moriréis de hambre,
De enfermedad, de miseria, de frío,
Cuando Febo esté en el otro hemisferio.
Del fruto de mi esfuerzo disfrutaré yo entonces.
No iré por montes ni por valles
A exponerme al viento y a la lluvia.
Viviré sin tristeza;
Exenta de inquietud gracias a mis trabajos.
Entonces podréis ver toda la diferencia
Entre un falso y un auténtico orgullo,
Adiós: mi tiempo pierdo; dejadme trabajar,
Ni mis cofres ni me granero
Con charlas se llenarán.»
(La traducción es de Miguel Frontán Alfonso).